Para no Dormir la Siesta: 12/10

martes

QUILLAGUA, EL OASIS TERMINAL

Quillagua es un punto verde ínfimo en la inmensidad del Desierto de Atacama. Es el prodigio del Río Loa; hoy practicamente extinto por la contaminación sistemática de Codelco Norte y la desidia de algunos pobladores del desierto. Quillagua fue el punto donde caravaneros, viajeros y los habitantes del desierto confluían para abastecerse de agua y forraje. La naturaleza quiso que Quillagua fuera la paradoja del Atacama; un microclima lleno de vida en el punto de más alta radiación solar y sequedad del planeta.
Hoy Quillagua agoniza, lento y sin retorno. En el Oasis existe un poblado del mismo nombre donde habitan no más de 50 personas. Sin embargo, cada 29 de septiembre, el pueblo revive en una fiesta en honor a San Miguel. Durante dos días todos los habitantes que emigraron del pueblo regresan con sus familias a bailarle al Santo y a recordar los tiempos de Gloria de Quillagua.

lunes

Q.E.P.N.D

Se apagó Augusto José Ramón Pinochet Ugarte. No falleció en un desconocido intento de ajusticiamiento en el Norte de Chile a mediados de la década de los 80, en el siglo pasado. Tampoco murió en la emboscada de la cuesta del Melocotón en 1986. No se extinguió en una cárcel condenado por genocidio o malversación de fondos públicos. No sucumbió a la ignorancia ni a la desidia o a la cobardía. Expiró en un hospital, conectado a un montón de máquinas, rodeado de familiares y seres que lo querían.
La prensa nacional no escatimó oficio en emitir clichés conmemorativos y frases para la posteridad: “más allá de los detractores y de quienes lo apoyaban, la muerte del general en retiro marca un hito histórico” (¡que esfuerzo intelectual hubo en esa máxima!), “hoy comienza una nueva era en nuestro país”... y así sumaron.
En Santiago (entiéndase en Chile) una cantidad no menor de ciudadanos hacía guardia con pabellones a media hasta en el frontis del hospital Militar. En la Plaza Italia, otros tantos saltaban en un jolgorio de cerveza y banderas por la muerte del dictador. Mientras se escribe esta escueta –y casi íntima- crónica, los matutinos tienen listos sus obvios titulares, los canales de televisión ya anuncian sendos reportajes sobre la vida de general en retiro. Se vienen los funerales pomposos y la discusión sobre dónde se instalará la estatua del personaje histórico, porque en esta democracia equitativa y de apertura ideológica, estos son los temas de transcendencia para el desarrollo de Chile.
Quiero pedir disculpas porque lo que viene a continuación; son reflexiones auto referenciales... y serán así porque, ante la rareza que significa vivir en este país, no me atrevo a generalizar sobre este hecho.
El 10 de diciembre de 2006 la noticia me sorprendió en la celebración de fin de año del curso de mi hija... tenía un vaso en la mano y una empanada en la otra. No me causó ningún efecto, de verdad, esa información. De inmediato pensé en la cantidad de personas que esperaba que no se instalara la impunidad como institución nacional, pero fue la muerte la que impuso ese criterio. Pensé en Sola Sierra que se murió primero, en la Gladys Marín... también de inmediato pensé en mi compañera que justo en esos momento cruzaba la Cordillera con rumbo a Argentina a concursar para obtener un cupo en una orquesta sinfónica y así poder emigrar todos a buscar una vida más digna como ciudadanos. Esa imagen me hizo pensar que, cuando Pinochet nació a la vida pública con el golpe de estado, muchos debieron cruzar la Cordillera a buscar refugio y una mejor existencia... ahora que se muere la situación es paradojalmente circular. Las imágenes televisivas de los que celebraban me recordaron cuando ganó el No. La gente pensaba que triunfando en el plesbicito se acaba la dictadura y con ella el régimen económico, y se terminarían las privatizaciones, y mejoraría la educación... y en ese contexto era que abrazan a la policía que poco tiempo antes los apaleaba, y la clase política se abrazaba porque había triunfado la democracia y ahora si que seríamos felices. ¿qué nos pasa a los chilenos que no aprendemos un carajo de la historia?
Al terminar la fiesta nos encontramos, con mi hija, con un domingo más, pero con un silencio esta vez más parecido a la vergüenza que a la modorra.
La muerte se llevo a un viejito que se creía salvador de la patria, pero que no era más que un genocida y estafador. La muerte se encargo de restregarle en el rostro al poder judicial su inoperancia, la muerte se encargó de develar la mediocridad del periodismo chileno... la clase política se encargará de darle su justo sitial al militar que fue el instrumento de los verdaderos poderosos para instalar un modelo incuestionable, hoy, por casi todos.
Me comí la empanada y terminé mi vaso pensando, finalmente, en los ciudadanos anónimos que, hoy vivos o muertos, se enfrentaron como hombres y mujeres libres a la maquinaria militar del neoliberalismo. A los que se enfrentan y seguirán haciéndolo... para ellos mi salud... ¡Salud!